El nuevo perfil de trabajador social que intenta consolidarse abarca a sujetos muñidos de un cotizado capital social y técnico, con experiencias diversificadas, positivamente predispuestos al trabajo autónomo, e ideológicamente afines al pragmatismo, con sus exigencias de metas calculadas y eficiencia en base a la relación costo-beneficio. Hoy nos encontramos con un intento de revisión más profunda, de ruptura, equiparable al momento de la reconceptualización. Un avance tan significativo en nuestros encuadres teóricos e ideológicos, se correspondió con el pleno auge de la utopía socialista.
La nueva reconceptualización que intenta consolidarse, si
aceptamos la hipótesis, pertenece a la era post-socialista, es conservadora, y
sus condiciones de posibilidad están dadas por la ausencia de cualquier visión
que presente una alternativa progresista respecto del actual estado de cosas, y
que además tenga credibilidad. Se trata de un intento conservador de
reconceptualización. La posición conservadora se expresa en el discurso neo
filantrópico, que intenta la reinstauración de una mirada de los problemas
sociales expropiados de su carácter relacional y social, y resemantizados
nuevamente como accidentes o fatalidades; esta resemantización se completa con
el desplazamiento desde una concepción de la intervención social basada en
derechos sociales hacia una concepción de la intervención basada en la piedad y
otros deberes morales.
En el campo de la intervención social, la profunda
reestructuración de las relaciones Estado-sociedad ha provocado
concomitantemente la reconfiguración de los conflictos y dilemas de integración
en nuestra sociedad: se han modificado los actores, los objetos de disputa, las
relaciones de fuerza y los espacios en donde se dirimen las disputas. Asistimos
a la proliferación de escenarios y de actores dotados de intereses específicos.
Estos grupos dibujan un campo minado de identidades, muy
diferente a otros momentos en que la visión de las divisiones se estructuraba
sobre dos o tres coordenadas, que nos permitían ubicarnos cómodamente en una
posición (el proletariado durante la reconceptualización, el mundo popular
luego) y que nos otorgaban la esperanza de que existieran reservas culturales
intocables, desde las cuales seria para nosotros posible reconsiderar el
conjunto del sistema social.
Hay continuidades y rupturas. No somos los mismos porque
los escenarios que nos han constituidos como sujetos profesionales se están
borrando, al mismo tiempo que aparecen otros, muy ricos y complejos, que
producen modificaciones en la práctica de todos los sujetos, también del
trabajador social.
Hay un núcleo duro de nuestra identidad que se mantiene.
Ese núcleo duro radica en que el Trabajo Social es al mismo tiempo una práctica
distributiva y una práctica cultural. Decimos que es una práctica distributiva,
en el sentido de distribución de valores de uso entre individuos, grupos e
instancias sociales, cuyo objetivo es lograr una distribución de demanda.
Es una práctica cultural, entendida como constelación de
símbolos y formas culturales sobre las que forman las líneas de solidaridad y
fragmentación entre grupos y su propósito es la transformación o la
reproducción de las herramientas del discurso.
Dos líneas: una de ellas asume que la sociedad, a través
de sus expresiones organizativas, tiene un potencial notable para resolver
problemas concretos de una era efectiva, dado el interés de las comunidades en
los problemas que los afectan y/o la necesidad de una prestación eficiente de
servicios sociales. En esta línea se está pensando en la organización de redes
sociales como mallas de contención de la pobreza, con predominio de la idea de
control social, para que la asimetría se consolide y no estalle.
Pero desde una segunda línea, en la que nos inscribimos,
se postula que la sociedad civil y sus distintas formas organizativas tienen
una gran capacidad para realizar el valor de la equidad que ha sido el objetivo
histórico de la política social, así como impulsar relaciones de solidaridad,
cooperación cívica y expansión de ciudadanía.
En el campo comunitario hoy se plantea una lucha de
sentidos: neo filantropía y ciudadanía. La neo filantropía interacciona con el
otro como víctima, no como ciudadano, y por lo tanto le niega su pertenencia al
espacio público común, salvo como fuerza de trabajo.
La cuestión de la ciudadanía se entabla dentro de los
derechos sociales, concebidos como espacios de construcción de sujetos que se
emancipan de las limitaciones básicas que su condición le impone a su
disposición.
El trabajador social:
• En el espacio comunitario, opera como horizonte de
reconstrucción de algún sentido colectivo, frente a actuales procesos de
fragmentación.
• Porque constituye una herramienta de inclusión, en
cuanto abarca a los sujetos, independientemente de que su suerte en el mercado
les haya sido adversa.
• Porque permite una reconsideración de la relación entre
individualidad y colectividad, proponiendo un reconocimiento público de los
individuos, en el reconocimiento reciproco que produce en un espacio en común,
integrando pluralidades y carencias, y desarrollando responsabilidades
solidarias.
• Porque la participación ciudadana ofrece la posibilidad
de la construcción de espacios públicos que articulan Estado, economía y
sociedad, constituyendo sujetos capaces de generar pactos y negociaciones.
La perspectiva de la ciudadanía para el Trabajo Social
supone como núcleo duro de su formulación la recuperación no solo de la noción
sino de la práctica de la ciudadanía como derechos y responsabilidades, como
factor de integración social, de respeto por las diferencias, de construcción
de igualdad y de emancipación, de posibilidad de reconsideración, para los
tiempos actuales, de la conflictiva relación entre igualdad, liberta y
diferencia.
Nuestras organizaciones colectivas, sean académicas o
gremiales, se constituyen en actores claves.
[*resumen..]
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