jueves, 14 de marzo de 2013

Continuidades y rupturas de las formas de intervención con grupos y comunidades ¿una nueva reconceptualización? NORA AQUIN



El nuevo perfil de trabajador social que intenta consolidarse abarca a sujetos muñidos de un cotizado capital social y técnico, con experiencias diversificadas, positivamente predispuestos al trabajo autónomo, e ideológicamente afines al pragmatismo, con sus exigencias de metas calculadas y eficiencia en base a la relación costo-beneficio. Hoy nos encontramos con un intento de revisión más profunda, de ruptura, equiparable al momento de la reconceptualización. Un avance tan significativo en nuestros encuadres teóricos e ideológicos, se correspondió con el pleno auge de la utopía socialista.

La nueva reconceptualización que intenta consolidarse, si aceptamos la hipótesis, pertenece a la era post-socialista, es conservadora, y sus condiciones de posibilidad están dadas por la ausencia de cualquier visión que presente una alternativa progresista respecto del actual estado de cosas, y que además tenga credibilidad. Se trata de un intento conservador de reconceptualización. La posición conservadora se expresa en el discurso neo filantrópico, que intenta la reinstauración de una mirada de los problemas sociales expropiados de su carácter relacional y social, y resemantizados nuevamente como accidentes o fatalidades; esta resemantización se completa con el desplazamiento desde una concepción de la intervención social basada en derechos sociales hacia una concepción de la intervención basada en la piedad y otros deberes morales.

En el campo de la intervención social, la profunda reestructuración de las relaciones Estado-sociedad ha provocado concomitantemente la reconfiguración de los conflictos y dilemas de integración en nuestra sociedad: se han modificado los actores, los objetos de disputa, las relaciones de fuerza y los espacios en donde se dirimen las disputas. Asistimos a la proliferación de escenarios y de actores dotados de intereses específicos.

Estos grupos dibujan un campo minado de identidades, muy diferente a otros momentos en que la visión de las divisiones se estructuraba sobre dos o tres coordenadas, que nos permitían ubicarnos cómodamente en una posición (el proletariado durante la reconceptualización, el mundo popular luego) y que nos otorgaban la esperanza de que existieran reservas culturales intocables, desde las cuales seria para nosotros posible reconsiderar el conjunto del sistema social.

Hay continuidades y rupturas. No somos los mismos porque los escenarios que nos han constituidos como sujetos profesionales se están borrando, al mismo tiempo que aparecen otros, muy ricos y complejos, que producen modificaciones en la práctica de todos los sujetos, también del trabajador social.

Hay un núcleo duro de nuestra identidad que se mantiene. Ese núcleo duro radica en que el Trabajo Social es al mismo tiempo una práctica distributiva y una práctica cultural. Decimos que es una práctica distributiva, en el sentido de distribución de valores de uso entre individuos, grupos e instancias sociales, cuyo objetivo es lograr una distribución de demanda.
Es una práctica cultural, entendida como constelación de símbolos y formas culturales sobre las que forman las líneas de solidaridad y fragmentación entre grupos y su propósito es la transformación o la reproducción de las herramientas del discurso.

Dos líneas: una de ellas asume que la sociedad, a través de sus expresiones organizativas, tiene un potencial notable para resolver problemas concretos de una era efectiva, dado el interés de las comunidades en los problemas que los afectan y/o la necesidad de una prestación eficiente de servicios sociales. En esta línea se está pensando en la organización de redes sociales como mallas de contención de la pobreza, con predominio de la idea de control social, para que la asimetría se consolide y no estalle.

Pero desde una segunda línea, en la que nos inscribimos, se postula que la sociedad civil y sus distintas formas organizativas tienen una gran capacidad para realizar el valor de la equidad que ha sido el objetivo histórico de la política social, así como impulsar relaciones de solidaridad, cooperación cívica y expansión de ciudadanía.

En el campo comunitario hoy se plantea una lucha de sentidos: neo filantropía y ciudadanía. La neo filantropía interacciona con el otro como víctima, no como ciudadano, y por lo tanto le niega su pertenencia al espacio público común, salvo como fuerza de trabajo.
La cuestión de la ciudadanía se entabla dentro de los derechos sociales, concebidos como espacios de construcción de sujetos que se emancipan de las limitaciones básicas que su condición le impone a su disposición.

El trabajador social:
• En el espacio comunitario, opera como horizonte de reconstrucción de algún sentido colectivo, frente a actuales procesos de fragmentación.
• Porque constituye una herramienta de inclusión, en cuanto abarca a los sujetos, independientemente de que su suerte en el mercado les haya sido adversa.
• Porque permite una reconsideración de la relación entre individualidad y colectividad, proponiendo un reconocimiento público de los individuos, en el reconocimiento reciproco que produce en un espacio en común, integrando pluralidades y carencias, y desarrollando responsabilidades solidarias.
• Porque la participación ciudadana ofrece la posibilidad de la construcción de espacios públicos que articulan Estado, economía y sociedad, constituyendo sujetos capaces de generar pactos y negociaciones.
La perspectiva de la ciudadanía para el Trabajo Social supone como núcleo duro de su formulación la recuperación no solo de la noción sino de la práctica de la ciudadanía como derechos y responsabilidades, como factor de integración social, de respeto por las diferencias, de construcción de igualdad y de emancipación, de posibilidad de reconsideración, para los tiempos actuales, de la conflictiva relación entre igualdad, liberta y diferencia.
Nuestras organizaciones colectivas, sean académicas o gremiales, se constituyen en actores claves. 

[*resumen..]

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